Los vecinos del pintoresco pueblo de Galipán, ubicado en el Cerro Ávila, a lado del estado Vargas, en Venezuela, vieron cómo se asentaba en una finca cercana el Dr. Gottfried August Knoche. El prominente doctor alemán y su esposa se mudarían a la hacienda Buena Vista, lugar que ahora está en ruinas, pero que todavía puede ser visitado por aquellos interesados en las historias de terror reales.
Una de las momias del Dr. Knoche.Corría la década de 1880 cuando el Dr. Knoche se estableció en la hacienda que, retirada de los ojos curiosos de los vecinos, rápidamente sería señalada como un lugar donde ocurrían enigmáticos hechos. El médico, reconocido y admirado por ser tanto fundador como director del Hospital San Juan de Dios, gestaba en su laboratorio privado un místico secreto.
Para los vecinos del lugar se convirtió en costumbre ver carretas con cadáveres no reclamados que el Dr. Knoche compraba para hacer sus experimentos. La lúgubre procesión era constante en los escarpados caminos que van de Caracas a Galipán. ¿Qué clase de experimentos hacía el Dr. Knoche con esos cadáveres anónimos?
Pronto los rumores se esparcieron sobre los hallazgos científicos del galeno alemán. Todo apunta a que se trataba de un extraordinario elixir que, al aplicarlo como un suero intravenoso, detenía el proceso de descomposición de cadáveres.
La historia quedó ratificada cuando, un día, en la puerta de la hacienda Buena Vista, el mismo doctor colocó a un perro y a quien en vida había sido uno de sus sirvientes, el soldado José Pérez, perfectamente momificados. Lo más sorprendente es que los cadáveres parecían casi vivos sin haberles retirado los órganos internos.
Solo tenía que inyectar la solución en la yugular del difunto para detener el proceso de descomposición. Aunque al principio sus experimentos fueron vistos como una aberración, rápidamente se esparció por toda Caracas y La Guaira el rumor de la existencia del suero embalsamador del Dr. Knoche.
Fue así como el eminente doctor embalsamó animales y personas, sobre todo seres queridos que más de un caraqueño quería tener cerca para no sentir la tristeza de su muerte. Uno de los embalsamados más famosos fue Tomás Lander, político de la época, a quien sus familiares mandaron embalsamar con el elixir de Knoche. Una vez culminado el proceso, lo maquillaron y sentaron en su escritorio durante años, hasta que decidieron darle cristiana sepultura.
De la fórmula secreta no se supo nunca su composición. Tampoco la vendió, aun cuando le ofrecieron mucho dinero por ella. Solo se sabe que, cercano a su muerte, preparó dos frasquitos con el suero embalsamador: uno para él y otro para su enfermera, Amalie Weismann, a quien le dejó claras instrucciones de cómo aplicárselo a él…, y a ella misma.
Sus cuerpos, así como los de algunos integrantes de la familia Knoche, fueron depositados en el mausoleo erigido en la hacienda Buena Vista. Y aunque la casona de la hacienda fue saqueada en busca de datos que revelaran la fórmula embalsamadora, todavía puede sentirse la presencia de los curiosos ocupantes que la habitaron después de la muerte.