El auge de la tecnología y la mejora a las infraestructuras han ayudado a que actualmente tengamos fácil acceso a los servicios. Debido a ello, es difícil que nos cuestionemos cómo se realizaban labores tan cotidianas como lavar la ropa y la higiene personal.
Sin duda, dichas labores se realizaban con una mayor cercanía a la naturaleza, pues no se contaban con electrodomésticos y el acceso al agua no era tan usual. El agua no llegaba a nosotros, había que buscarla. Sin embargo, ya en la época prehispánica existían hábitos de limpieza rigurosos y extendidos. Por ejemplo, los mexicas utilizaban la hierba del copalxocotl y la raíz del xiuhmaolli como detergente para bañarse y lavar la ropa. Por su puesto, estas actividades solían realizarse mayoritariamente en los cuerpos de agua naturales.
Posteriormente, desde la época colonial y hasta hace algunas décadas, existió un sector laboral dedicado a lavar ropa. La tarea no era nada fácil, para lavar había que descender hasta los cuerpos de agua cargando la ropa que se recolectaba en las distintas casas. Aunque se tratara de la ropa de un solo hogar, la tarea no era menos compleja, pues había que transitar por los caminos agrestes hasta llegar al río.
Una vez allí, las mujeres se hincaban a las orillas del río y comenzaban a tallar las prendas en las piedras lizas y largas. Algunas usaban palos para golpear las prendas y sacar la mugre acumulada. Finalmente, enjuagaban la prenda con el agua del río. Por supuesto, la actividad solía hacerse en compañía de otras mujeres, quienes también acudían a lavar. Por ello, era común que fuera un momento para socializar y compartir los alimentos, pues era una actividad que llevaba varias horas.
De lavar ropa en el río a los lavadero
No todos los días era buenos para ir a los ríos para lavar, había que hacerlo en días soleados para asegurar que le ropa se secara. La ropa, extendida sobre hierbas y árboles, era acariciada por los rayos del sol. la fragancia de la naturaleza y el efecto del sanacoche (tubérculo que funcionaba como un detergente natural).
También se trataba de una labor riesgosa, pues se corría el peligro de ser atacado por algún animal o de que las lluvias hicieran crecer repentinamente el río y la lavandera muriera ahogada. Si no se alcanzaba a secar la ropa, el retorno se auguraba cansado, pues había que cargarla mojada.
No todas las labores de limpieza se hacían en los ríos, ya que existían lugares donde los pozos permitían que las labores se realizaran en casa. Para ello se utilizaban tinas y pequeños lavaderos de piedra que, sumergidos en el agua, cumplían con la función de la piedra del río. Algunas otras personas acudían a los acueductos para acarrear el agua.
Otras formas de la lavar ropa
Tras la Revolución Mexicana el número de pozos aumentó y se contó con jabones artificiales como el de la marca Roma o FAB. Sin embargo, las labores se seguían haciendo en cuclillas. De acuerdo con Irma Álvarez, antigua lavandera de la alcaldía de Azcapotzalco en la Ciudad de México, los pozos de agua eran nutridos por las lluvias, los cuerpos naturales del subsuelo y los riesgos que se hacían en las zonas agrícolas. Esto permitía que hubiera mayor acceso al agua para quienes ejercían esta labor.
Tampoco era la única modalidad. En los albores del siglo XVI ya existían los primeros lavaderos comunitarios, los cuales se encontraban en lugares cercanos a los pozos, pero que contaban con piletas adaptadas para que las mujeres lavaran con mayor comodidad. Muchos de ellos también se nutrían de las aguas de los acueductos.
“Colocábamos dos piedras y sobre ella otra más lisa, entonces tallábamos de la misma forma en que se hace en los ríos. Luego tendíamos todo en los magueyes para que les diera el sol, con el sol todo se desmanchaba bien bonito. Al final, cuando ya todo estaba seco, planchábamos con la plancha de metal, la cual se calentaba en el comal. Teníamos mucho cuidado de que la ropa no se ensuciara de nuevo.”
Tampoco era la única modalidad. En los albores del siglo XVI ya existían los primeros lavaderos comunitarios, los cuales se encontraban en lugares cercanos a los pozos, pero que contaban con piletas adaptadas para que las mujeres lavaran con mayor comodidad. Muchos de ellos también se nutrían de las aguas de los acueductos.
“Otro servicio urbano de aparente nuevo cuño fueron los lavaderos colectivos, algunos situados en espacios públicos, otros en la privacidad de conventos, colegios, hospitales, haciendas y ranchos. Uno de los más antiguos, del siglo XVI, es el de Xalitic, Xalapa (Veracruz)”, según la Semblanza Histórica del Agua en México, publicada por la Comisión Nacional del Agua.
El fin de las lavanderías como labor comunitaria
Finalmente, con las tuberías y las mejoras en la infraestructura del servicio del agua, los lavaderos fueron desapareciendo o cercándose a espacios como las vecindades y, posteriormente, a las azoteas de los multifamiliares. Sin embargo, los lavaderos seguían siendo socialmente importantes e incluso contaban con su celebración.
Cada Día de San Juan Bautista se colocaba al santo sobre la pileta y las mujeres regalaban tamales y atole. La celebración sucedía generalmente en los lavaderos comunitarios, a donde las jóvenes acudían desde temprano a lavarse el cabello, pues se creía que el santo ayudaba a que el cabello creciera sano y hermoso.
Con el tiempo, estos espacios de socialización han continuado en extinción, pues la aparición de las lavadoras y secadoras han hecho obsoleta dicha labor. Sin embargo, aún se conserva lavaderos históricos en las alcaldías de Iztapalapa, Cuajimalpa y Xochimilco, mismos que fueron remodelados en 2011 y ofrecían actividades recreativas.
Cortesia de Mariom Indio charanda
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