El movimiento de la Rosa Blanca

Hans Scholl, Sophie Scholl y Christoph Probst

El grupo de jóvenes que se enfrentó al Nazismo.

Hace 75 años, en la Alemania gobernada por los Nazis, pertenecer a las juventudes hitlerianas era un sueño para muchos. Gran parte de los jóvenes terminaron en aquel grupo sin conocer la verdad que se escondía, porque si lo hubieran hecho habrían quedado horrorizados. Lo mismo sucedió con muchos soldados que no pudieron hacer mucho más de sus posibilidades.

Y es así que conociendo ese lado del nazismo, Hans y Sophie Scholl cuestionaron su realidad como jóvenes en aquella Alemania. Gracias a la educación dada por sus padres y citando las palabras de cierto personaje: “nada es verdad todo está permitido”, ambos hermanos comenzaron a cuestionarse el porqué de las cosas: ya no podían cantar ciertas canciones, ir a ciertos lugares o juntarse con algunos amigos.

Un día se dieron cuenta de la verdad. Hans había ganado un puesto como abanderado en uno de los congresos anuales de Núremberg y regresó perturbado después de ver todo lo que había conocido: un partido político que proclamaba su soberanía a costa de otros pueblos y decidieron atacar, creando el movimiento de la Rosa Blanca.

El inicio del movimiento de la Rosa Blanca

Para el verano de 1942, inspirados por los sermones del obispo de Münster, quien también se oponía al Nazismo, varios jóvenes se unieron a los ideales de Hans y Sophie: “Alexander Schmorell, el hijo de un doctor; Christoph Probst, el joven padre de dos niños que apenas comenzaban a caminar, y Willi Graf, un introvertido meditabundo.” Más adelante, se unió a sus filas el profesor de filosofía, Kurt Huber.

La Rosa Blanca comenzó una denuncia de todas aquellas actividades inhumanas realizadas por los Nazis: “Aquí vemos el más espantoso crimen en contra de la dignidad humana, un crimen que no tiene paralelo en toda la historia puesto que los judíos también son seres humanos”.

No dudaron en atacar al Führer y decir que todas las palabras que salían de su boca eran una mentira y alentaban a la gente a revelarse con las siguientes frases: “Cualquier alemán honesto se avergüenza de su gobierno actual”.

Repartían panfletos, hacían grafitis, dejaban pancartas en buzones, la palabra se convirtió en su arma contra el régimen. Solo hubo un tiempo en que todo se detuvo y fue cuando Hans, Schmorell, Graf y Probst fueron enviados al este, después de ser notificados solo un día antes, al frente ruso.

Allá se dieron cuenta también que el Nazismo no sólo iba tras diferentes pueblos y etnias, sino que su propio país era usado como un objeto a desechar: los soldados se vieron envueltos en necesidades y a su regreso publicaron panfletos en los que decían que después de ser vencidos en Stalingrado, la derrota Alemana estaría cerca.

Un descuido los terminó delatando

El 18 de febrero de 1943, Hans y Sophie decidieron trasmitir panfletos en la universidad y dejaron algunos de ellos por los pasillos. Con el cuidado de que nadie los notara hacer eso, Sophie se dio cuenta que todavía le quedaban algunos folletos, así que decidió arrojarlo desde lo alto de la escalera, que daba a un atrio.

Lo que no sabía la chica, es que desde ese punto sería observada por el encargado de limpieza Jakob Schmid, un simpatizante de los nazis, quien de inmediato cerró las puertas y notificó a las autoridades. Los hermanos fueron arrestados y llevado al cuartel general de la Gestapo, al poco tiempo llevaron a Probs y en poco tiempo se montó un juicio contra ellos. 


Un injusto castigo y palabras que fueron olvidadas rápidamente

Su juicio fue una obra de teatro bien montada, en la que por obvios motivos no se buscaba justicia sino condenar cualquier vestigio de libertad que dejaran aquellos jóvenes. Como juez encargado vino Roland Freisler, un abogado, militar, político y presidente del Tribunal Popular de la Corte del Pueblo, quien olvidó que era el juez y actuó más como un fiscal.

Gritó, golpeó la mesa y acusó a los jóvenes de traidores; el juicio duró solo tres horas y se dictó una sentencia: culpables de alta traición y el castigo correspondiente a tal crimen era la muerte, por decapitación. En la tarde del 22 de febrero de 1943, se llevaron a cabo las ejecuciones. Hay que destacar que los padres de Sophie y Hans, los defendieron durante su juicio: «Si nadie defiende a mis hijos lo voy a hacer yo. Hoy somos nosotros, pero mañana será su turno, nosotros estamos en la verdad, pero usted no«

Antes de que fueran llevados los jóvenes al cadalso, fueron vistos por sus padres una última vez, su madre se despidió diciéndoles: “estoy orgullosa de vosotros”.

Sophie fue la primera en ser ejecutada, luego siguió Cristoph Probst, más adelante fue Hans Scholl, quien gritó “viva la libertad.” En las semanas siguientes, los demás miembros fueron apregendidos y ejecutados.

Tristemente, con el fin de sus líderes fundadores La Rosa Blanca desapareció, pero sus palabras siguieron vivas y fue así como una de las últimas copias de su manuscrito, llegaron a las manos del abogado Helmuth James Graf von Moltke, un detractor del régimen Nazi.

El abogado envió el manifiesto a Londres y los aliados lanzaron miles de estos documentos sobre Alemania, el título decía: «Nuestro pueblo se alza contra la esclavización de Europa a manos del nacionalsocialismo en una nueva irrupción de libertad y honor», lamentablemente los panfletos no incendiaron la chispa para iniciar una gran oposición.

La hermana menor de los jóvenes Scholl escribió en sus memorias lo siguiente: “No buscaban el martirio en nombre de ningún ideal extraordinario, querían que la gente como tú y yo pudiéramos vivir en una sociedad compasiva”.

Cortesía de Monita 


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